CONVENTO DE LAS CATALINAS

 
 

El Convento de Santa Catalina cierra, con la fachada de su Iglesia, uno de los laterales de la Plaza del Adelantado. 

Ya desde 1524 los frailes dominicos manifestaron su intención de que se construyese un convento con monjas de la orden de La Laguna, para lo cual incluso llegaron a ceder los terrenos. Sin embargo, hay que esperar hasta principios del siglo XVII para que este proyecto se haga realidad. 

De todos modos, gran parte del mérito de la fundación de este convento correspondió a Juan de Cabrejas, regidor de la isla de La Palma, y a su esposa María de Salas. En 1600 Cabrejas adquirió las antiguas casas de los Adelantados, por largo tiempo desocupadas y parcialmente en ruinas, y en 1605 las cedió a los dominicos. Finalmente, el 20 de agosto del año siguiente, firmó junto a su mujer el acta de fundación del convento. Las obras avanzaron muy rápidamente y el 23 de abril de 1611 se inauguró el Convento de Santa Catalina de Siena. 

Al parecer, como hemos dicho, la construcción del primitivo convento se realizó aprovechando algunas de las estructuras que quedaban de las antiguas casas de los Adelantados. 

No obstante, este dato es de difícil verificación debido a las posteriores remodelaciones. 

La primera congregación la formaban cuatro monjas venidas de los conventos sevillanos de Santa María de Gracia y de la Pasión. Junto a ellas, se refugiaron en la clausura, una vez muerto Cabrejas, la viuda de éste y una hija de ambos. 

Partiendo de estos modestos principios, la comunidad fue creciendo en número y el convento adquirió mayores rentas, hasta convertirse en uno de los más importantes de la isla. A fines del siglo XVII, entre sus muros vivían alrededor de cien monjas, a las que habría que sumar el servicio que cada una trajo consigo. 

Este rápido crecimiento de la comunidad llevó aparejada la transformación y ampliación del edificio original, por medio de la compra e incorporación de las viviendas y solares contiguos hasta ocupar toda la manzana tal y como se nos presenta hoy. El mismo proceso ocurrió en el otro gran convento de clausura de La Laguna, el de Santa Clara. 

El interior está definido por un claustro principal con columnas de piedra en plante baja y soportes de madera en la superior. Cuenta así mismo con su correspondiente huerta y galerías de celdas que albergan a la actual comunidad. 

Los  altos muros exteriores del edificio son muy propios de las construcciones conventuales canarias ubicadas en el medio urbano, y apenas tienen elementos arquitectónicos destacables. Todo ello contribuye a dar la sensación de solemnidad y distanciamiento de la vida mundana que la clausura requiere. Sólo rompen esta monotonía la fachada de la Iglesia, con dos puertas de acceso bajo arcos de sencilla cantería roja, y la entrada al propio convento, situada en el estrecho callejón de la Caza, que cuenta con un pequeño patio en el que se encuentra el correspondiente torno. 

La iglesia del convento es de una sola nave. Pertenece a la parte más antigua y conservada del mismo; en ella destacamos el retablo principal, en estilo barroco algo recargado, que data de la segunda mitad del siglo XVII, y el gran altar de plata con su sagrario y expositor. 

Los ajimeces: si levantamos la vista observaremos los dos únicos elementos que destacan de la solidez y la frialdad exterior del conjunto. Se trata de los dos miradores o ajimeces, característicos también de la construcción conventual canaria de clausura. Situado uno en la esquina de la Plaza del Adelantado con el callejón de la Caza, y el otro en la diagonal opuesta, en la calle de La Carrera, ambos ajimeces, con sus complicadas celosías de madera y sus formas que recuerdan al típico balcón canario, aportan al edificio un rasgo singular y llamativo, de cierta elegancia.


EULALIA RGUEZ - FINO

CASCO ANTIGUO

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